sábado, 29 de julio de 2023

Colección Recuerdos: IES Pau Casesnoves. 3º ESO. Castellano. El Relámpago

Escribí una historia corta para un trabajo de 3º de ESO, que lo hice en el IES Pau Casesnoves, un centro educativo ubicado en Inca, en Mallorca (Islas Baleares, España). Fue para la asignatura de Castellano. Recuerdo que hice la historia en un fin de semana, con bastante preocupación de aprobar el trabajo con buena nota. Al final conseguí un 8. La historia la llamé El Relámpago. Es la siguiente:

Recuerdo muy bien cómo cambió mi vida totalmente. Me llamaban Simon, porque mi verdadero nombre, Harry, sólo lo utilizaban mis padres, ya que a mis amigos y otros familiares no les gustaba mi nombre. A mis padres y a mí nos daba igual. Yo nací en el hospital de Vilanueva en plena noche. Cuando mi madre me dio a luz, al cabo de 10 segundos, después de un relámpago que sobresaltó a todos, nació otro bebé, mi hermano gemelo, el contrario de mi carácter.

Cuando cumplimos 3 años, yo era más o menos bueno y él era lo más retorcido de la casa. Mi madre, a veces, tenía que atar a mi hermano, que, por cierto, se llamaba Calipso, en la cama con la cadena, no muy fuerte, ya que mi padre no quería hacer daño a su propio hijo, pero, de vez en cuando, tenía que castigarlo. Llegó el día en que mi madre, la pobre, tuvo una grave enfermedad. Al cabo de dos semanas, murió. Lo sentí tanto que una grave depresión se apoderó de mí. Sólo nos quedaba papá. De cada día que pasaba, mi hermano se volvía más y más malvado. Yo, realmente, llegué a odiarlo, pero, en el interior, guardaba el presentimiento de que algún día cambiaría, aunque mis esperanzas eran nulas.

Nuestro padre nos trataba igual a los dos. Desde que murió nuestra madre, papá estaba muy triste y deprimido por ella. Ella le dejó algo, para él muy valioso, que tenía la misión de cuidar: nosotros. Aunque Calipso se portaba mal, muy mal, a nuestro padre le daba igual, aunque, de vez en cuando, muy pocas veces, castigaba a Calipso. Nos tenía que cuidar hasta que viviéramos la edad suficiente para cuidar de nosotros mismos.

Pasa el tiempo y yo y Calipso ya teníamos 17 años. Mi padre había logrado, lo que pensaba que no lograría, su importante misión. Él ya tenía 63 años, edad suficiente para estar jubilado. Murió en un accidente con coche, del que, por su edad, no pudo salir. La tragedia sucedió justo un día antes de que cumpliéramos los 19 años, el 23 de octubre de 1872. Parecía que a Calipso nada de lo que ocurría le afectaba.

Era algo insoportable, algunas veces tuve peleas con mi hermano a causa de ello. Yo, todas las noches, intentaba recordar a mis padres para poder tener presente la imagen de cada uno de ellos. En cambio, Calipso, cada noche, experimentaba un deseo de maldad cada vez más fuerte.

Mis padres me contaron, si no recuerdo mal, que, uno o dos segundos antes de nacer mi hermano, un estruendoso relámpago, no muy lejos de allí, sobresaltó a todos. Quise saber si mi hermano tenía alguna relación el relámpago. O sea, que fui a buscar información de ello, en la biblioteca más grande que había visto en toda mi vida. Busqué durante horas y no encontré absolutamente nada. Pero quise buscar más; al final encontré lo que buscaba: un relámpago muy especial caía cada cuatro años, un día señalado, en un lugar de la tierra, que, normalmente, era el mismo lugar año tras año. Se llegó a descubrir que este relámpago era especial, porque el bebé que nacía justo dos segundos después cerca del lugar del acto, nacía prodigioso. Fue el caso de Mozart, que se descubrió no mucho después de que muriera; pero, por alguna razón, no se quiso hacer público. A veces era todo lo contrario de niño prodigio, y, en vez de volverse bueno, se volvía malo, justamente el caso de mi hermano.

Curiosamente, cualquier otra persona podía invertir el proceso. Esto se sabía por escritos antiguos que se habían encontrado y por el relato traducido a nuestro idioma actualmente. Un milenio atrás, cierta persona que sabía escribir y leer latín encontró una piedra de color verde única en el universo. Nadia sabía el nombre de la piedra, por lo que el hombre le dio un nombre: Lapis Virens, que traducido significa: piedra verde. El hombre sabía lo del relámpago, por lo que quiso saber si la piedra tenía algo que ver con el suceso. Esperó a que otra vez el relámpago cayera en el mismo lugar de casi siempre, y buscó al niño prodigio o al niño malo que había nacido cerca del lugar. Resultó que fue un niño malo y cuando pasaron otra vez los cuatro años, pidió prestado al niño para el experimento. Llevó el niño malvado al lugar donde tenía que caer el relámpago y ató la piedra en la cintura del niño y esperó a que cayera. El relámpago se vió atraído por la piedra y dio en la piedra atada en la cintura del niño. El niño cambio de malo a bueno y la piedra desapareció. El hombre escribió un libro sobre Lapis Virens y explicó que la piedra que desapareció fue teletransportada a otro lugar del mundo, que nunca supo donde, ya que murió antes de encontrarlo.

Después de leerme el libro, me emocioné al entender que mi hermano podía cambiar y él y yo podríamos ser felices.

¡Tenía una gran misión!

¡Eso sería la única aventura que tendría yo en mi vida!

Al pasar dos años, tuve una gran satisfacción acertar con Lapis Virens. Era la piedra más hermosa que hubiera visto, con un verde hermoso y del tamaño de una pequeña bola, aunque no era redonda. La hallé en la selva del Amazonas en Brasil (América del Sur).

Me resultó difícil llegar a casa porque el barco en el que embarqué se hundió en medio del océano Atlántico. Menos mal que un pesquero estaba no muy lejos de allí y pudo rescatar a los supervivientes, que uno de ellos logré ser yo.

Avisé a mi hermano por teléfono de mi llegada, pero no se alegró mucho, como es de suponer. Llegué a casa alegre de haber terminado mi aventura. Escondí la piedra en una caja fuerte dentro de un baúl cerrado con candado de la más alta categoría envuelto en plomo y enterrado en un descampado que, normalmente, nunca pasaba nadie por allí. Fui un poco bestia, pero el esfuerzo servía de mucho. Todas mis acciones las hizo sin que mi hermano se enterara de nada.

Pasaron otros cuatro años. Mi hermano y yo aún teníamos 22 años el día en que tenía que caer el relámpago en el mismo sitio donde cayó aquella vez. El 22 de octubre de 1878, el día antes del día más esperado de toda mi vida, desenterré el baúl en el que estaba la piedra, muy escondido para que cualquier persona del mundo pudiera, por pura casualidad, encontrar la piedra. El día siguiente anestesié a mi hermano. Le até la piedra verde en la cintura, con una pequeña cadena de plástico de bici para tener mayor seguridad.

Estuve todo el día en el lugar en que cayó el rayo, con mi hermano anestesiado para que no se pudiera escapar. Cuando llegó la noche, empezaron a venir nubes de todas partes para reunirse en un mismo punto. Las nubes se veían atraídas, más de lo que tendrían que estar normalmente, al lugar del acto.

Empezó a llover, cosa no prevista por el control meteorológico y solo en ese pequeño lugar. Mi hermano se despertó a causa de la lluvia y justo cuando yo le dije ‘adiós hermano’ el relámpago cayó en la piedra. La luz no me dejó ver casi nada. Vi la piedra cómo desapareció sin romperse. Cuando vi a mi hermano de nuevo, él y yo nos abrazamos llorando emocionados bajo la lluvia.

A partir del 23 de octubre de 1876, nuestras vidas cambiaron. Yo y mi hermano fuimos felices. Mi hermano llegó a tener muchos títulos, igual que yo.

Actualmente, somos misioneros. Ayudamos a aquellos a quien lo necesita en países pobres. Gracias a nosotros dos y a la voluntad de otras personas, hemos construido varios hospitales, colegios y lugares de trabajo para todos los pobres que lo necesitan. Muchos de ellos ahora son felices y nosotros más por haber hecho lo que nuestro corazón nos dice.




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