La muerte
siempre ha sido un tema importante en la humanidad. ¿Qué ocurre después de la
vida? ¿Nos reencarnamos en otro ser vivo? ¿Nos resucitarán? ¿Vamos al cielo o
al infierno? ¿Nos convertimos en el todo para vivir para siempre entre nuestros
seres queridos? O, por el contrario, ¿no ocurre nada? Es decir, simplemente
dejar de vivir y dejar de existir.
Si realmente
no ocurre nada, es una pena. En ese caso, tenemos que tomar la vida como un
presente, pues por eso el momento el que estamos viviendo se llama “presente”,
porque la vida es un regalo. Quizás no hay nada más. Quizás sí. Eso sólo lo
pueden saber aquellos que hayan muerto. O no. Porque si realmente no hay nada
después, aquellos que murieron ni tan solo se dieron cuenta de que después no
hay nada.
La cuestión es
que los elementos macabros siempre nos han acompañado en nuestras vidas. Puede
que ya no como antaño, que la gente era más aficionada a la taxidermia. O, en
el caso de irnos mucho más atrás en el tiempo, había más batallas y la gente
coleccionaba trofeos de los enemigos a los que había derrotado, como cascos,
lanzas, escudos o incluso calaveras.
Dicho todo
esto, cuando estaba en mi tierna adolescencia, pude conseguir una calavera de
yeso. Por suerte, pude encontrar una, pues hacía tiempo que la andaba buscando.
Pude conseguirla por no mucho precio. Simplemente es una calavera que aún
conservo y tengo como adorno.
Y no, no me
gusta la taxidermia ni coleccionar partes humanas reales. Pero tener una
calavera de yeso me pareció curioso. No tendría una calavera real. No por nada,
sino más bien por respeto al que perteneció dicha parte del cuerpo…
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