El
30 de enero de 2006, conseguí aprobar la práctica del carné de conducir para el
permiso B, es decir, para conducir turismos, además de otros posibles
vehículos. Durante 18 años, en ningún momento la Policía Local ni la Guardia
Civil me hizo la prueba de la alcoholemia, hasta el domingo 27 de octubre de
2024. Ese día, todo estaba siendo perfecto. Por la mañana, fui a un evento de
coches con varios amigos, un evento que corresponde a una de las tres ferias
que se celebran antes del Dijous Bo,
la mayor feria que se celebra en Mallorca (Islas Baleares), concretamente en
Inca, que se celebró el 14 de noviembre de 2024. Durante la feria, todo
perfecto. Luego, nos fuimos a comer todos juntos a un restaurante indio, en
Inca. Después de la comida, fui directo a perresear, ya que sobre las 19:00
asistí a una reunión de la STE (Sociedad Tolkien Española) en el CRC DeLorean,
una cafetería de un antiguo conocido, quien vi justo el jueves antes y,
hablando de la vida, me comentó de su negocio y le hablé de la posibilidad de
hacer una de nuestras reuniones en su local. Fue dicho y hecho.
La
reunión estuvo bien, pero no me quedé a cenar. Una integrante del grupo pidió
si alguien le podía acompañar a otra parte de Inca, donde había dejado su
coche. Me ofrecí para ello y la acompañé. Volviendo a casa, en una señal de
ceda el paso, un vehículo se estampó contra el mío. Por suerte, mi inconsciente
detectó que iba a colisionar y giré el volante lo más a la izquierda posible.
Ello ocasionó que mi vehículo fuera a parar a la calle perpendicular, rozando
ligeramente dos vehículos estacionados. El vehículo que provocó el accidente se
estampó con uno de los coches estacionados. El coche estacionado provocó un
golpe con un coche que había justo delante estacionado y, por ello, este otro
coche provocó un golpe con otro coche más que había delante. Fueron 5 coches
implicados en el accidente. Nada más ocurrir el accidente, un joven salió del
coche, ileso, y me gritó que me había saltado un STOP. Lo primero que se me
ocurrió decirle fue “¿Sabes a qué velocidad ibas?” El problema principal fue su
excesiva velocidad, que seguramente iría a 50 km/h o 60 km/h. Si hubiera ido a
la máxima velocidad permitida, 30 km/h, jamás nos hubiéramos chocado. Por mi
parte, obedecí la señal de ceda el paso. No vi a ningún vehículo y, después de
pararme ligeramente, proseguí mi camino. Cuando vi que un coche me iba a
estampar, ya era tarde. Si no hubiera obedecido la señal y hubiera proseguido
mi camino a la velocidad a la que iba pocos segundos antes, no me hubieran
colisionado, pero al hacer correctamente la señal y reducir la velocidad, al
volver a incrementar la velocidad y entrar en la vía perpendicular, se ocasionó
el choque debido al exceso de velocidad del culpable.
Cuando
ocurrió el accidente, al parecer, los vecinos llamaron a la Policía Local, que
llegó en menos de 10 minutos. Nos cogieron declaración a ambos, pero no sin
antes hacernos la prueba de alcoholemia, la cual no me habían hecho jamás hasta
ese momento. Obviamente di 0, pues en el local de CRC DeLorean me había tomado
una Fanta Naranja, un refresco que no tiene alcohol. El chico estaba ileso,
aunque en abundantes ocasiones lloraba por el siniestro del coche. En cambio,
en mi caso, me lesioné un pie, el cual estuvo sangrando durante toda la
situación, además de dolor de cervicales y espalda por el golpe. No obstante,
aunque la Policía Local me lo ofreció, no necesité ambulancia, pues la
ambulancia me hubiera llevado al Hospital de Inca y preferí ir al PAC que tengo
cerca de casa. Para ello, pedí ayuda a mi hermano, para que me viniera a
buscar. Le dije a la Policía Local que el chico tendría que estar agradecido de
que no le pasó absolutamente nada, a pesar de que yo estuviera malherido.
Podría haber muerto en el accidente y salió ileso. Un coche es una cosa, que
puede ser sustituida o reparada, pero si un ser vivo muere, no hay vuelta
atrás.
La
Policía Local recogió nuestros testimonios y ambos, que teníamos los seguros en
regla, tuvimos que llamar a las grúas para que recogieran los coches. Mi
vehículo, aunque no salió tan malparado, no podía arrancar y tampoco se podía
mover. Así pues, tuve que llamar a la grúa, que tardó bastante tiempo en venir.
Intenté que el coche lo llevasen a un mecánico de Inca, pero no podrían ocuparse
de él hasta enero de 2025, por lo que la agente del seguro me recomendó
llevarlo a un mecánico de Inca. Estuve 1 mes sin coche. Cuando fui a buscarlo,
resultó que no estaba del todo arreglado. Al pasar dos días, detecté un
problema que jamás había tenido, unos ruidos muy extraños en la parte delantera
derecha del coche, justamente la parte que sufrió el mayor golpe del accidente.
Como la semana siguiente de recoger el coche el mecánico tenía vacaciones,
decidí no usarlo durante el resto de la semana. Cuando volvieron de vacaciones,
llevé el coche al mecánico y probamos el coche, pero no volvió a dar el
problema. Incluso otro mecánico revisó el coche por debajo y no vio nada. Durante
el resto de la semana, lo estuve utilizando. Pero a finales de esa misma
semana, volvió a dar el problema, pero esta vez de una forma más grave. Me
costó llegar a Inca y aparcarlo cerca de mi casa. Al día siguiente, llamé al
seguro y al mecánico y opté para que viniera la grúa. El operario de la grúa
intentó moverlo, pero vio que no era nada fácil, pues vio in situ el problema
que tenía: el palier derecho estaba destrozado. Ello lo vio nada más abrir el
capó del coche. Así pues, se lo llevó al mecánico. Al día siguiente, me
confirmaron que esto quedó pendiente de arreglar y que se incluiría en el mismo
parte del seguro. Por fin pude conseguir el coche, después de más de 2 meses de
espera.
Ahora
bien, ¿de quién fue la culpa? Realmente fue del chico que colisionó conmigo.
Pero los peritos fallaron a su favor, pues yo tenía la señal de ceda el paso.
Es como si un coche frenase en la autopista sin razón alguna y el coche de
atrás diera el golpe; aunque el culpable fuera el coche delantero, los peritos
dictaminarían que el culpable es el coche de atrás. Las leyes no están para
nada bien hechas, pero sin pruebas de testigos presenciales o cámaras de vigilancia,
no se puede hacer nada para demostrar los hechos, a pesar de que en mi caso se
veía claramente, ya que el coche de quien me colisionó hubiera sido imposible que
quedase tan aplastado si hubiera ido a una velocidad correcta. Gran suerte tuve
de que tuviera el seguro a todo riesgo y tan sólo tuviera que pagar la
franquicia. Aunque el día completo fue estupendo, el final del día fue
catastrófico. Pero de todo se aprende, incluso de los malos momentos. Por ello,
guardo un recuerdo físico de ese momento, la EMBOCADURA ESTERILIZADA, la boquilla para poder hacer la prueba de
alcoholemia, la primera que usé en mi vida.
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